sábado, 27 de noviembre de 2010

"Trabajar con anteojeras"



Adolfo de Bold, el profesional argentino que revolucionó el conocimiento del corazón, considera que la competitividad anglosajona es clave para el desarrollo en ciencia y tecnología.


Su descubrimiento informó al mundo que el corazón no sólo bombea sangre, sino que también produce una hormona sobre la cual se han escrito –desde 1980– alrededor de 27 mil trabajos científicos en el mundo. Adolfo de Bold (68) se graduó como bioquímico en la Universidad Nacional de Córdoba. “Desde muy chico supe que quería la ciencia dura de la bioquímica y no el arte de la medicina”, comenta.

A los 26 años se instaló en Canadá para realizar una maestría. Pasó 12 años –“con un solo mes de vacaciones”– investigando la función de unos gránulos de las aurículas.
“Por casualidad di con el problema y me puse a trabajar en él. No lo volvería a hacer; el proceso fue muy duro, un tiro en la oscuridad, ya que no había forma de predecir que fuera a terminar bien”, señaló.
Encontró que el corazón endócrino secreta el Factor Natriurético Atrial (FNA), una hormona que baja la presión arterial y actúa como potente diurético.
El descubrimiento sirvió también para diagnosticar y tratar más efectivamente la insuficiencia cardíaca y enfocar mejor el tratamiento de los infartos agudos de miocardio.
Se considera que su hallazgo revolucionó la comprensión de la fisiología del corazón y de los riñones, por lo que fue propuesto para el Premio Nobel de Medicina en varias oportunidades. Además, fue distinguido como una de las “14 leyendas vivientes de la Cardiología”.
En la actualidad, este científico que estudió en la UNC se desempeña como profesor titular de Patología y Medicina Celular y Molecular de la Facultad de Medicina de la Universidad de Ottawa (Canadá) y en dicha institución dirige el laboratorio de Endocrinología Cardiovascular.
“Con todos los honores que he recibido y absolutamente establecido como investigador, si no rindo, desaparece mi laboratorio”, afirma.
–¿Por qué?
–Las investigaciones se sostienen con subsidios y el parámetro para medir rendimiento es la publicación de trabajos científicos en revistas de primer nivel internacional. Si esto no se da, los investigadores sabemos que se puede perder todo en cualquier momento. Es una picadora de carne, pero marca la gran diferencia entre aquellos sistemas y otros como el de la Argentina.
–Usted ha señalado que el problema de este país para ser competitivo en ciencia y tecnología es económico y también de mentalidad. En este aspecto, ¿qué nos diferencia de los países desarrollados?
–Considero que en gestión administrativa, los anglosajones son los campeones. Nosotros, en cambio, mezclamos mucho lo emocional con lo pragmático y lo que resulta no es muy bueno. Acá decimos “no le fue bien en la escuela secundaria, pero seguro que si se le da la oportunidad, le va a ir bien”, lo cual no es cierto, no está demostrado. Así, la Argentina mantiene investigadores que resultan mediocres o malos, mientras que en los países desarrollados se los elimina. En Canadá, por ejemplo, se ingresa a Medicina con un promedio de 9,5, no menos y si alguien no es bueno, se va a hacer otra cosa. En la Argentina es distinto, las humanidades se meten mucho en la política universitaria, la parte emocional es muy alta. Frente a esto, pienso que en realidad en la universidad se deben discutir cuestiones sociales dentro de las materias, pero el mandato social universitario es el de producir buenos médicos, ingenieros o lo que sea.
Autómatas felices
–¿Cuánto sufrió la presión competitiva en Canadá?
–Mucho, pero es esencial para mantener a un país pujante y exitoso. El cinismo es enemigo mortal de una sociedad sólida, próspera y moralmente sana.
–Supongo que como referente de cinismo, usted alude a la Argentina.
–Sí. Le doy un ejemplo, Tato Bores nos inculcó el cinismo sobre el gobierno y con eso no se aporta nada. Lo mismo pasa con “lo mismo un burro que un gran profesor” del tango Cambalache . ¿Cómo va a decir eso?
–Pero ambos ejemplos que usted cita hacen una lectura crítica e incluso con ironía de los políticos y de la realidad, no cínica.
–No, no es crítica, es negativa desde mi punto de vista. Lo que hay que hacer es ponerse las anteojeras y trabajar; haga como los anglosajones y olvídese de juzgar moralmente a los otros.
–¿No cree que el sistema que admira enajena al individuo? ¿Dónde se reflexiona sobre las cosas que pasan más allá de un laboratorio?
–La cuestión de las anteojeras lleva al individuo a una sociedad donde todo el mundo está contento porque nadie pasa con luz roja. Mientras que si se pone a criticar y a ser cínico de todas las cosas que hace el gobierno y el prójimo, entonces usted se embronca tanto que pasa con luz roja; total, da lo mismo un burro que un gran profesor.
–¿Tiene algún desafío en lo que le queda de carrera hasta que se jubile a los 74 años?
–Mi desafío es emocional y se trata de no tomarme demasiado en serio todo lo que he hecho. De lo contrario, estaría incurriendo en uno de los siete pecados capitales.

Josefina Edelstein - La Voz del Interior 27/11/2010.




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